miércoles, 29 de junio de 2011

Teoría de Santiago de la Cognición


“No es cierto que los seres humanos somos seres racionales por excelencia.

Somos, como mamíferos,

seres emocionales que usamos la razón

para justificar y ocultar las emociones

en las cuales se dan nuestras acciones.”

Humberto Maturana

Todo ser vivo experimenta un largo recorrido

Una iguana puede detectar el peligro en medio de una selva densa, su excelente visión le permite ver sombras a grandes distancias: una boa prepara su ataque silencioso entre la vegetación, la iguana ya había advertido la amenaza, entonces se mueve ágilmente por otros parajes de la selva; al mismo tiempo la lluvia había comenzado, poco a poco el aguacero ya había inundado algunas partes de la selva, la iguana se zambulle en un riachuelo escondiéndose de su enemigo, la corriente la transporta hasta el otro extremo de la selva, pronto ese riachuelo se une a las corrientes de una cascada, y como corcho, es arrastrada hasta el destino final de esas corrientes: la caída de pronunciada pendiente de la cascada. La iguana resiste y persiste, son excelentes nadadoras, pueden durar bajo el agua hasta 15 minutos, ahora la corriente la ha arrojado hasta el extremo de la cascada. Ahora se encuentra en el otro lado de la selva, un lugar nuevo para ella. Ha pasado un día y la iguana no ha probado alimento. Se dispone a buscar alimento, come de algunas hojas, los nutrientes procedentes de las hojas son absorbidos por la sangre de la iguana, esto le da fuerzas para continuar su camino. Se dispone a buscar un sitio soleado donde permanecer recostada y digerir el alimento; trepa un árbol de considerable altura, sus fuertes garras y su larga cola le permite ser una ventajosa escaladora, se topa con un camaleón que vive en ese árbol. Se enfrentan y pelean por el territorio, los latidos del corazón de la iguana se aceleran, apenas pudo apaciguar su agitación por las corrientes y caída de la cascada, y ahora se enfrenta en una pelea, aún así se mantiene. El camaleón es bastante agresivo, y la iguana levanta su cuerpo mientras agita su cabeza de arriba abajo, como un ritual de defensa.

Todo este recorrido de la iguana, lo hizo percibiendo su entorno. Aunque parezca sencillo, la percepción del medio de un organismo es un proceso vital complejo: interacción, emoción, comportamiento, etcétera. Es decir, la apreciación o percepción del entorno es una actividad mental o cognición, y es esto en lo que se basa la Teoría de Santiago: la cognición es lo que mantiene con vida, en todos los niveles de vida, a los organismos. Sin siquiera requerir la existencia de un cerebro y sistema nervioso.

Según Humberto Maturana y Francisco Varela, desarrolladores de esta teoría, las interacciones de un organismo vivo –desde la célula más primitiva a la planta, animal o humano- con su entorno son interacciones cognitivas. Por consiguiente, la cognición es el proceso mismo de la vida. Por cognición (del latín cognosceré, “conocer”) se entiende como facultad de los seres vivos de procesar información a través de la percepción y del conocimiento adquirido. ¿Cómo pueden tener “conocimiento adquirido” las células y las plantas, por ejemplo? Esto lo podemos comprender observándolas: La célula, el organismo vivo más simple, se caracteriza por un perímetro (membrana celular) que diferencia al sistema (al organismo, a la célula) de su entorno. Dentro de ese perímetro se desarrolla una red de reacciones químicas (el metabolismo de la célula) mediante en las que “el sistema se sustenta a sí mismo”, es decir, se mantiene con vida. La membrana celular (el perímetro de la célula) no permanece siempre cerrada, sino que permanece siempre activa, como si pareciera “saber” o “conocer” el entorno con una exactitud indiscutible: se abre y se cierra constantemente para permitir la entrada de determinadas sustancias en la célula e impedir que otras penetren en ella, esto para incorporar sin cesar substancias procedentes del medio, a los procesos metabólicos de la célula, controlando su proporción y los mantiene en equilibrio. Además las protegen de las influencias dañinas del entorno.

Las plantas, a su vez, parecen “saber” qué clase de hormigas les van a robar el néctar, y se cierran cuando hay alguna cerca; sólo se abren cuando hay suficiente rocío en sus tallos para impedir que se trepen por ellos. Las raíces de las plantas que buscan su camino inquisitivamente hacia el interior de la tierra, parece que “saben” a dónde van, además sus capullos y vástagos describen círculos concretos, sus hojas y flores se inclinan y se estremecen ante el cambio, sus tallos y ramitas exploran en torno suyo y alargan sus brazos espectrales para tantear sus alrededores. Las raicillas están constantemente perforando hacia debajo de la tierra con sus filamentos, agarrándose firmemente a ella, y probando su sabor mientras siguen avanzando. Pequeñas cámaras huecas, en que se puede rebotar una esfera de almidón, indican a los extremos de sus raíces la dirección de la fuerza de gravedad. Cuando la tierra está seca, las raíces se vuelven hacia un suelo más húmedo, abriéndose camino por tubos enterrados, extendiéndose, hasta más de diez metros, con una energía capaz de perforar el cemento.

Una red que se regenera a sí misma

Según la teoría de Santiago, esta cognición está íntimamente relacionada con la autopoiesis (ó proceso de autogénesis de las redes vivas). La característica que define a todo sistema autopoiésico consiste en que experimenta continuos cambios estructurales, al mismo tiempo que conserva su patrón de organización en red. Los componentes de la red se producen y transforman unos a otros continuamente de dos formas distintas. La primera clase de cambios estructurales consiste en la autorrenovación; Por ejemplo, cada célula muerta es reemplazada por otra viva, de manera que se reciclan los nutrientes de célula a célula. Las raíces de las plantas, cuando se van desgastando las células perforadoras especiales al contacto con las rocas, y mueren, son reemplazadas por células que disuelven las sales minerales y recogen los elementos resultantes. Este alimento básico pasa de célula a célula hasta lo más alto de la planta, que constituye una sola unidad de protoplasma. No sólo la planta nos puede servir de ejemplo, todo organismo vivo nos sirve de ejemplo, puesto que todo organismo vivo se renueva a sí mismo continuamente mientras mantiene su identidad o patrón de organización; las víboras cambian de piel constantemente, los escorpiones, los cangrejos, camarones, arañas, lagartijas, etcétera. Incluso, los tejidos de todo animal, constituidos por células, incluyéndonos a nosotros, se renuevan constantemente; mis gestos, mis movimientos de las manos al teclear estas letras, en cada suspiro, cada que respiro, cada movimiento, cada que hablo en voz alta, mi boca, mi lengua, mis labios que hablan y hablan cambian continuamente sus células sin que yo me dé cuenta. Cada hora del día, millones de células mueren, y son reemplazadas en mi cuerpo. A pesar de este cambio incesante mantengo mi identidad, (ó patrón de organización) es decir, sigo siendo yo, como el río es el mismo, aunque agua nueva corre en su cauce.

La segunda clase de cambios estructurales en un sistema vivo la constituye aquéllas alteraciones que crean nuevas estructuras, nuevas conexiones en la red autopoiésica. Según la teoría, el sistema vivo se acopla al entorno estructurándose. La evolución por selección natural constituye la explicación generalmente aceptada de esta condición: la adaptación. Esta adaptación ocurre con toda la historia de una especie, de generaciones en generaciones, esto pude tomar miles de años, y cuando sucede, es irreversible, pues se codifica en su material genético (información genética de la vida del organismo). Para que esto ocurra el organismo es que tuvo que pasar por otros procesos como la ambientación a su entorno. La ambientación es diferente a la adaptación. La ambientación es reversible, y la adaptación no. Cada organismo se topa con factores que limitan o restringen su crecimiento, como la temperatura, agua, lluvias, tipo de suelo, disponibilidad de luz, salinidad, todos los factores abióticos, y también factores bióticos como depredación, parásitos, enfermedad, competencia por alimento, etc.; todo ese recorrido de un organismo, cuando activa los cambios, sin necesariamente codificar la información en su material genético se dice que es una ambientación ; el organismo cambia, pero puede regresar a su estado original. Un coyote que migra de un valle hasta los declives altos de una gran montaña, en busca de agua o comida, su respiración se empieza a incrementar, para adquirir el oxígeno adecuado, esto debido a la altura, (un factor abiótico implicado), sin embargo, después de un tiempo, la respiración del coyote comienza a disminuir hacia los valores que tenia originalmente.

Entonces, cuando la adaptación ocurre, es porque tiene una base genética, pasa de generación en generación. El organismo es un registro de sus cambios estructurales originarios y, por lo tanto, de sus anteriores interacciones. A través de la historia de la iguana podemos ver muchísimas cosas: tiene una excelente visión, puede ver sombras a grandes distancias, son grandes nadadoras, pueden durar bajo el agua hasta 15 minutos, también sus garras afiladas y su larga cola le permite trepar árboles con agilidad; todas estas virtudes posiblemente a la iguana le haya costado generaciones y generaciones activar los cambios, a través de repetidos obstáculos y acontecimientos. Según la Teoría de Santiago, un sistema estructuralmente acoplado es un sistema que aprende. Los continuos cambios estructurales en respuesta al entorno –y el resultante proceso de adaptación, aprendizaje y desarrollo constantes-constituyen características clave del comportamiento de todo ser vivo.

Pero el entorno no hace más que activar los cambios estructurales, no los especifica ni los dirige. El organismo especifica sus cambios estructurales, es decir, él decide que cambios en su estructura hacer, y no tan solo decide, sino también resuelve qué perturbaciones del entorno van a activar esos cambios, en otras palabras, también decide que efectos en el ambiente activarán los cambios en él. Con esto tenemos que el organismo decide y solventa; puesto que detalla el alcance de su cognición. Esto lo explica muy bien Maturana y Varela en la Teoría de Santiago: “Nunca es posible dirigir un sistema vivo, sino tan sólo perturbarlo”.

Mente y materia vs mente y consciencia

En esta Teoría, tenemos que las interacciones de un sistema vivo con su entorno son interacciones cognitivas. La identificación de la cognición, con la vida diaria de cualquier organismo, constituye una idea completamente nueva en la ciencia, aunque también es una de las intuiciones más profundas y antiguas de la humanidad. Ubiquémonos en donde hemos estado durante más de tres siglos: en el siglo XVII René Descartes basó su visión de la naturaleza en la división fundamental entre dos ámbitos separados e independientes, el de la mente –o sustancia pensante-, y el de la materia –o sustancia extensa-. Esta división conceptual entre mente y materia ha dominado la ciencia y la filosofía occidentales por más de tres siglos. Científicos y filósofos continuaron considerando a la mente separada de la materia, con lo que quedaban incapacitados para imaginar cómo podía estar relacionada con el cuerpo aquella –sustancia pensante-.

La definición cartesiana de la mente como “sustancia pensante” es descartada: la mente ya no es una sustancia, sino un proceso; el proceso de conocer o percibir (cognición), es decir, la conciencia no es una sustancia, sino una corriente continuamente cambiante: un proceso. Puesto que el organismo vivo responde a influencias del medio con cambios estructurales, cambios que alterarán a su vez el comportamiento futuro del organismo vivo. Esto se puede interpretar como un aprendizaje. Aprendizaje y desarrollo.

Superar el “hechizo cartesiano” no está tan fuera de nuestro alcance: mente y materia, como lo constituye la división cartesiana, o cognición y estructura, no pertenecen ya a dos categorías distintas, sino que pueden ser vistas como manifestaciones de dos aspectos complementarios del fenómeno de la vida en todos los niveles de vida, desde la célula más simple hasta los organismos más complejos, mente y materia, o cognición y estructura están inherentemente conectados.

Nysaí Moreno.

domingo, 6 de diciembre de 2009

¿Nuestra cultura evolucionaría sólo con educación?

Pondré voz alta a algunas de las noticias cotidianas: "Descargas clandestinas, destrucción a toda la costa; los nuevos desarrollos turísticos, los efectos ambientales, destrucción de los ecosistemas, saqueo de arena, robo de tierras a comunidades rurales, patentes y biopiratería, especies en declive, residuos peligrosos, suelos erosionados, deforestación, contaminación atmosférica, contaminación del agua...y un interminable etcétera."



En la foto: Descarga en la playa 3 emes, Ensenada, Baja California. Foto: Werner Meza


"En biología el comportamiento de un organismo vivo es conformado por su estructura. Puesto que ésta cambia con el desarrollo del organismo y con la evolución de su especie, el comportamiento cambia también; En los sistemas sociales se puede observar una dinámica similar: la estructura biológica de un organismo es el equivalente de la estructura inmaterial de una sociedad:a medida que esa cultura evoluciona, lo hace también su infraestructura: evolucionan juntas a través de continuas influencias mutuas..."

F. Capra

Ahora, sabemos que nuestra cultura no puede evolucionar sólo con educación; necesitamos una percepción mucho más amplia de nosotros mismos para comprender el ambiente; todos, como sociedad, si seguimos considerando al ambiente como algo exterior, algo que está "allá afuera de nosotros", se seguirá considerando como basurero al mar, como un recurso para obtener comida a la tierra, como una empresa nuestra costa, etc. El problema no está allá afuera, está =aquí adentro=.

domingo, 13 de septiembre de 2009

LA VISIÓN HUMANA

De qué utilidad puede ser el crear parques nacionales, luchar por buenas legislaciones, por la protección de las especies de animales, cuando la idea básica de la conservación no ha sido fijada en la mente humana

Goodswad, 1962

Algo de lo que VEMOS de la tierra:

La tierra, el tercer planeta del sistema solar
Suelo, superficie
Minerales;
Materia:
Elementos orgánicos e inorgánicos
Roca, agua, suelos
Territorio, terreno:
Latifundio, predio, propiedad;
Hacienda, posesión, dominio,
La tierra es de todos; de todos nosotros
Patrimonio de la humanidad:
La nación…
y las leyes que la rigen: usufructo
Bienes;
Recurso natural, recurso económico
De todos nosotros
Y el "manejo" de los recursos;
Ecosistema; "servicios" de los ecosistemas…
Biota; sistema estructurado biológicamente activo;
Cultivo, campo, ganadería
Monocultivo; alimento de todos,
De todos nosotros...
Mantenimiento, sostén; despensa.


La vida; manutención
Subsistencia
Existencia

lunes, 16 de marzo de 2009

"SERVICIOS DE LOS ECOSISTEMAS"

Me gustaría comenzar con una pregunta antes de avanzar en la lectura “Servicios de los ecosistemas; beneficios que la sociedad recibe de los ecosistemas naturales” publicado por Issues in Ecology:

¿Por qué contaminamos el ambiente? Existen tres razones principales: la religión, la cultura y la economía.

Haré solo un pequeño análisis en el factor religioso y cultural, puesto que el económico ha sido el resultado de los dos anteriores: en el ámbito religioso me refiero al dominio mental en que hemos estado sometidos como humanidad durante mucho tiempo. Si podemos hacer un ligero repaso de por cuánto tiempo los valores judeocristianos han dominado el pensamiento occidental no es difícil llegar a la premisa de estos valores; se ha basado en que la naturaleza fue creada exclusivamente para beneficio del hombre (interpretación del Génesis, en el antiguo testamento de la santa biblia “Entonces dijo Dios: hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra” Génesis 1:26; “Creced y multiplicaos; llenad la tierra y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra” Génesis 1:28) En toda la historia de occidente muchas personas han interpretado que esto significa que la explotación (y su subproducto, la contaminación o la destrucción de ecosistemas) es un derecho divino.

No obstante, por cultura también, se puede recordar que por años se ha entendido que “el medio ambiente es todo lo que nos rodea” (llámese egocentrismo y etnocentrismo) puesto que medio ambiente son todas aquéllas características físicas, químicas, biológicas, geológicas, bioquímicas y fisiológicas en un espacio en donde se desarrolla la vida, incluyendo seres vivos y cosas intangibles como la cultura y sus relaciones entre ellas.

Esto ha influido de una manera importante en nuestro propio desarrollo como seres vivos; si por “Servicios de los ecosistemas”, que el hombre se beneficia de los ecosistemas naturales, se entiende como servicios que =obtenemos= por derecho (¿divino?), derecho como humanidad (“patrimonio de la humanidad” y no patrimonio de los seres vivos), de los recursos naturales, desde alimento hasta toda nuestra sofisticada forma de vivir y desarrollarnos como especie, sigue siendo una forma bastante egocéntrica de apreciar la vida; por ejemplo, nuestra sociedad ha establecido “parámetros permisibles” para controlar la contaminación, puesto que no se controla la contaminación evitándola, sino estableciendo “parámetros permisibles” con respecto al daño que pueda causar en el ser humano, y no en el ambiente; es importante aflojar con respecto a qué se están basando los conceptos que se han utilizado y se están utilizando en manejo de recursos naturales.

En una sociedad que por generaciones tiene arraigada una cultura y religión (aunque estadísticamente varíe la gente religiosa, y del tipo de religión que practica, puesto que el pequeño análisis que hice fue para hacer énfasis al oscurantismo religioso en nuestra historia –y en nuestras mentes-) (ó la historia de nuestras mentes) que no le ha permitido avanzar, es natural que permanezca cerrada ante nuevos paradigmas o nuevas formas de repensar la naturaleza, y por ende, un buen manejo de los recursos naturales no ha sido suficiente.

La lectura dice: “Históricamente, la naturaleza y el valor de los sistemas que mantienen la vida en la tierra fueron ignorados, hasta que su alteración o su pérdida hicieron evidente su importancia. Por ejemplo, la deforestación reveló tardíamente la función crítica que cumplen los bosques como reguladores del ciclo del agua –mitigando las inundaciones, las sequías, las fuerzas erosivas del viento y la lluvia, y retrasando la obstrucción con sedimento de los diques y canales de irrigación. Hoy en día, la escalada de impactos de las actividades humanas sobre los bosques, los humedales y otros ecosistemas naturales pone en peligro la prestación de estos servicios” (está claro que es con respecto al ser humano) Más adelante prosigue: “…para mantener los servicios de los ecosistemas del planeta se requiere de un número enorme de especies y poblaciones. Si se tomaran acciones apropiadas a tiempo, todavía se podría restaurar el funcionamiento de muchos ecosistemas...creemos que las políticas de desarrollo y la planificación del uso de la tierra deberían esforzarse por buscar un equilibrio entre mantener los servicios de los ecosistemas vitales y perseguir los muy deseables objetivos del desarrollo económico a corto plazo” (un equilibrio que hemos querido regular para que no se acabe la materia prima que nos provee, a nosotros –especie ser humano- que hemos regulado la naturaleza con inventarios y la ponemos a nuestro servicio-, y no un equilibrio entre la relación seres vivos-naturaleza, es un equilibrio utópico).

Si con esto a lo que se quiere llegar es a hablar el idioma de la economía, que hasta la fecha la escuela dominante hoy en día es la economía neoclásica, que sólo entiende el idioma $ beneficio económico de “bienestar” social (con respecto a las teorías económicas neoclásicas) a costa de la propia naturaleza =uno de los grandes problemas que enfrentan los sistemas económicos en la actualidad es su incapacidad de reconocer el valor de los bienes y servicios derivados del ambiente= para preservar los ecosistemas y la biodiversidad del planeta (una muy bonita intención), se puede plantear la siguiente pregunta: ¿es posible la sustentabilidad del capitalismo?

Vayamos a una observación sistemática en cómo se están utilizando los recursos naturales del planeta: la extracción de materias primas de los ecosistemas; la fabricación de un producto, eficiente, abundante, rápido, inmediato; la energía necesaria para el proceso de fabricación y el producto mismo poseen ineficiencias esenciales que generan una considerable cantidad de desperdicios (contaminación) que ya no son útiles. Estos desperdicios (en cualquier forma de presentación de la materia: sólido, líquido o gaseoso) deben entonces desecharse. En un sistema perfectamente eficiente no habría contaminación (esto es lo que hemos estado conjeturando) (aunque esto no es posible debido a la segunda ley de la termodinámica, según la cual la conversión de energía nunca es perfectamente eficiente), es decir, toda transformación de energía lleva a una entropía; ese grado de desorden que poseen las moléculas que integran un cuerpo, o el grado de irreversibilidad alcanzada después de un proceso que implique una transformación de energía no se está tomando en cuenta. Se cambiaría la oración renglones atrás planteada: “En un sistema perfectamente eficiente casi no habría contaminación…o no se destruirían tanto los ecosistemas”. Sin embargo, tomando las respuestas de la realidad en donde nos encontramos: ha habido pocos incentivos para esforzarse siquiera por alcanzar una eficiencia casi perfecta, por intereses económicos (por ejemplo, deshacerse de los desperdicios ha resultado siempre menos costoso que mejorar la eficiencia de un sistema, o la utilización de ciertos sistemas ó tecnologías interfiere en los intereses y decisiones políticos-económicos de un país, como por ejemplo, la utilización de energías alternativas en vez de energía por combustibles fósiles, o la defensa de la permanencia de los monocultivos en nuestro sistema económico, que desgasta los nutrientes del suelo erosionado, puesto que constituye la mayor parte de nuestros alimentos, a nivel global, en contraposición con el policultivo, uno de los principios de la permacultura, el diseño de los hábitats humanos sostenibles, mediante el seguimiento de los patrones de la naturaleza, y un interminable etcétera) por la aparente abundancia de recursos, y en suma, por la ignorancia en donde nos encontramos como especie pensante (posiblemente el oscurantismo religioso haya quedado en el pasado, pero el oscurantismo que impone límites que afecten la extensión y difusión del conocimiento, sigue dominando nuestra visión de la vida, y por ende, nuestros patrones de comportamiento). Pero a medida que disminuyen los recursos, es inevitable avanzar hacia procesos y/o manejos de recursos naturales más eficientes, y por lo tanto, hacia una menor contaminación ó menor destrucción de los ecosistemas, aunque es importante aflojar la pregunta de a dónde queremos llegar con este tipo de manejo planteados: ¿es posible la sustentabilidad del capitalismo?



Nysaí Moreno

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jueves, 12 de marzo de 2009

Scientific way


UNA MIRADA NUEVA AL MUNDO VIEJO


“Nada hace a los espíritus tan imprudentes
y tan vanos
como la ignorancia del tiempo pasado
y el desprecio de los libros antiguos”

Joubert

No somos ni materialistas ni espiritualistas: esta dis­tinción no tiene ya para nosotros el menor sentido. Sencillamente, buscamos la realidad sin dejarnos dominar por el reflejo condicionado del hombre moderno (a nuestros ojos retardatarios), que vuelve la espalda en cuanto esta realidad adquiere un aspecto fantástico. Nos hemos hecho bárbaros de nuevo, para vencer este refle­jo, igual que tuvieron que hacer los pintores para desga­rrar el velo de convenciones tendido entre sus ojos y las cosas. También como ellos, hemos optado por métodos balbucientes, salvajes y a veces infantiles. Nos coloca­mos ante los elementos y los métodos de conocimiento, como Cézanne ante la manzana, como Van Gogh ante el campo de trigo. Nos negamos a excluir hechos, aspectos de la realidad, con el pretexto de que no son «oportu­nos», de que desbordan las fronteras fijadas por las teorías habituales. Gauguin no excluye un caballo rojo; Manet no excluye la mujer desnuda entre los comensales del Almuerzo sobre la hierba; Max Ernst, Picabia y Dalí, no excluyen las figuras brotadas del sueño ni el mundo que vive en la parte sumergida de la conciencia. Nuestro modo de hacer y de ver provocará censuras, desprecio, sarcasmos. Se nos negará la entrada en el Salón. En nues­tro campo, todavía no se acepta lo que se ha acabado por aceptar de los pintores, de los poetas, de los cineastas, de los decoradores, etc. La ciencia, la psicología, la sociología, son bosques tabú. No bien la hemos apartado, la idea de lo sagrado vuelve al galope, bajo diversos disfra­ces. ¡Qué diablo! La ciencia no es una vaca sagrada: se la puede empujar, hacer que despeje el camino.

El hombre tiene indudablemente la posibilidad de estar en relación con la totalidad del Universo. Conoci­da es la paradoja de Langevin. Andrómeda está a tres millones de años luz de la Tierra. Pero el viajero que se desplazase a una velocidad próxima a la de la luz sólo envejecería algunos años. Según la teoría unitaria de Jean Charon, por ejemplo, no sería inconcebible que la Tierra, durante este viaje, envejeciese más. El hombre estaría, pues, en contacto con el todo de la creación, donde espacio y tiempo representarían un papel distin­to del aparente. Por otra parte, la investigación psico-matemática, en el punto en que la dejó Einstein, es una tentativa de la inteligencia humana para descubrir la ley que regiría el conjunto de las fuerzas universales (gravi­tación, electromagnetismo, luz, energía nuclear). Una tentativa de visión unitaria, en que todo el esfuerzo del espíritu tiende a situarse en un punto desde el cual sería visible la continuidad. Y, ¿de dónde vendría el deseo del espíritu si éste no presintiese que aquel punto exis­te, que le es posible situarse de aquella suerte? «No me buscarías si no me hubieses ya encontrado.»

En otro plano, pero dentro de este mismo movi­miento, buscamos una visión continua de la aventura de la inteligencia humana, del conocimiento humano. Por esto nos verán viajar a toda velocidad de la magia de la técnica de la Rosacruz a Princeton, de los mayas a los hombres de las próximas mutaciones, del sello de Salomón a la tabla periódica de los elementos, de las ci­vilizaciones desaparecidas a las civilizaciones que ven­drán, de Fulcanelli a Oppenheimer, del hechicero a la máquina electrónica analógica, etc. A toda velocidad, o mejor dicho, a una velocidad tal que el espacio y el tiempo rompan su cáscara y aparezca la visión del con­tinuo. Existe el viaje en sueños y el viaje real. Nosotros hemos preferido el viaje real. En este sentido, este libro no es una ficción. Hemos construido aparatos, es decir, correspondencias demostrables, comparaciones váli­das, equivalencias indiscutibles. Aparatos que funcio­nan, cohetes que parten. Y. a veces, en ciertos momen­tos, nos ha parecido que nuestro espíritu alcanzaba el punto desde el cual es visible la totalidad del esfuerzo humano. Las civilizaciones, los momentos del conoci­miento y de la organización humana, son como otras tantas rocas en el océano. Cuando se ve una civiliza­ción, un momento del conocimiento, no se ve más que el choque del océano contra esta roca, la ola que rompe, la espuma que brota. Hemos buscado el lugar desde el cual se pueda contemplar el océano entero, en su tran­quila y poderosa continuidad, en su unidad armónica.

Volvamos ahora a las reflexiones sobre la técnica, la ciencia y la magia. Ellas precisarán nuestra tesis sobre el concepto de la sociedad secreta (o mejor, de «conspira­ción a la luz del día») y nos servirán de iniciación para próximos estudios, unos sobre la alquimia, otros sobre las civilizaciones desaparecidas.
Cuando un joven ingeniero ingresa en una indus­tria, distingue enseguida dos universos diferentes. Exis­te el del laboratorio, con las leyes definidas de los ex­perimentos que se pueden reproducir en él, con una imagen del mundo comprensible. Existe el Universo real, donde las leyes no se cumplen siempre, donde los fenómenos son a veces imprevistos, donde lo imposible se realiza. Si es de temperamento fuerte, el ingeniero en cuestión reacciona con cólera, con pasión, con deseo de «violar a esa puerca materia». Los que adoptan esta actitud viven vidas trágicas. Pensemos en Edison, en Telsa, en Armstrong. Les guía un demonio. Werner von Braun ensaya sus cohetes sobre los londinenses, mata a miles de ellos para que al fin lo detenga la Gestapo por haber declarado: «A fin de cuentas, me importa un ble­do la victoria de Alemania, ¡lo que quiero es la conquis­ta de la Luna!»[1] Se ha dicho que la tragedia está hoy en la política. Esto es una visión mezquina. La tragedia está en el laboratorio. A sus «magos» se debe el progre­so técnico. La técnica no es en modo alguno, pensamos nosotros, aplicación práctica de la ciencia. Por el con­trario, se desarrolla contra la ciencia. El eminente mate­mático y astrónomo Simón Newcomb demuestra que lo más pesado que el aire no puede volar. Dos repara­dores de bicicletas probaron que estaba equivocado. Rutherford y Millikan[2] demuestran que jamás se po­drán explotar las reservas de energía del núcleo atómi­co. Y estalla la bomba de Hiroshima. La ciencia enseña que una masa de aire homogéneo no puede separarse en aire caliente y aire frío. Hilsch nos muestra que basta con hacer circular aquella masa por un tubo apropia­do.[3] La ciencia coloca barreras de imposibilidad. El in­geniero, al igual que el mago ante los ojos del explora­dor cartesiano, pasa a través de las barreras, por un fenómeno análogo a lo que los físicos llaman «el efecto túnel». Le atrae una aspiración mágica. Quiere ver de­trás del muro, ir a Marte, capturar el rayo, fabricar oro. No busca lucro ni gloria. Busca sorprender al Universo en flagrante delito de ocultación. En el sentido de Jung, es un arquetipo. Por los milagros que intenta realizar, por la fatalidad que pesa sobre él, por el fin doloroso que le espera casi siempre, es el hijo del héroe de las sa­gas y de las tragedias griegas.[4]

Como el mago, tiende al secreto, y, también como él obedece a la ley de similitud que Frazer[5] formuló en su estudio de la magia. En sus comienzos, el invento es una imitación del fenómeno natural. La máquina vola­dora se parece al pájaro; el autómata, al hombre.
Ahora bien, el parecido al objeto, el ser o el fenó­meno cuyos poderes quieren captar, resulta casi siem­pre inútil, léase perjudicial, al buen funcionamiento del aparato inventado. Pero, como el mago, el inventor ex­trae de la similitud una fuerza, una voluptuosidad, que empujan hacia adelante.
El paso de la imitación mágica a la tecnología cientí­fica, podría ser descubierto en muchos casos. Ejemplo: En un principio, se obtuvo el endurecimiento su­perficial del acero, en el Próximo Oriente, hundiendo una hoja enrojecida al fuego en el cuerpo de un prisione­ro. He aquí una práctica mágica típica: se intenta trans­ferir a la hoja las virtudes guerreras del adversario. Esta práctica fue conocida en Occidente por medio de los cru­zados, que habían comprobado que el acero de Damasco era, efectivamente, más duro que el de Europa. Se hicie­ron experimentos: se sumergió el acero en agua, en la que flotaban pieles de animales. Se obtuvo el mismo resulta­do. En el siglo XIX se advirtió que estos resultados eran debidos al nitrógeno orgánico. En el siglo XX, con la li­cuefacción de los gases, se perfeccionó el procedimien­to templando el acero en nitrógeno líquido a baja tem­peratura. Bajo esta forma, la «nitruración» es parte de nuestra tecnología.

Se podría encontrar otro lazo entre magia y técnica estudiando los «encantamientos» que los antiguos al­quimistas pronunciaban durante sus trabajos. Proba­blemente se trataba de medir el tiempo en la oscuridad del laboratorio. Los fotógrafos emplean a menudo ver­daderas fórmulas para contar, que recitan sobre el baño, y nosotros mismos hemos oído a uno de ellos en la cumbre de la Jungfrau, mientras era revelada una pla­ca impresionada por los rayos cósmicos.

En fin, existe otro lazo, más fuerte y curioso, entre magia y técnica, y es la simultaneidad en la aparición de los inventos. La mayoría de los países registran el día e incluso la hora de la presentación de una patente. Mu­chas veces se ha comprobado que inventores que no se conocían, y que trabajaban muy lejos el uno del otro, presentaban la misma patente en el mismo instante. Este fenómeno sería difícil de explicar con la vaga idea de que «los inventos están en el aire» o de que «el in­ventor aparece cuando se le necesita». Pero si existe la percepción extrasensorial, la comunicación de las inte­ligencias empeñadas en la misma investigación, el he­cho merecería un estudio estadístico realizado a fondo. Este estudio nos haría comprender acaso este otro he­cho: que las técnicas mágicas se encuentran, idénticas, en la mayoría de las antiguas civilizaciones, al través de montañas y de océanos...

Vivimos con la idea de que el invento técnico es un fe­nómeno contemporáneo. Y es que nunca hacemos el esfuerzo de consultar los documentos antiguos. No existe un solo servicio de investigación científica enfo­cado hacia el pasado. Los libros antiguos, si son leídos alguna vez, lo son por escasos eruditos de formación puramente literaria o histórica. Lo que contienen de ciencia y de técnica, escapa, pues, a la atención. ¿Nos desinteresamos del pasado porque nos vemos demasiado solicitados por la preparación del porvenir? No es muy seguro. La inteligencia francesa parece retardada por los esquemas del siglo XIX. Los escritores de van­guardia no tienen el menor apetito por la ciencia, y la sociología nacida con la máquina de vapor, el humanis­mo revolucionario nacido con el fusil Chassepot, continúan movilizando la atención. Es imposible ima­ginar hasta qué punto Francia se quedó clavada en los alrededores de 1880. ¿Acaso muestra la industria un mayor interés? En 1955, se celebró en Ginebra la pri­mera conferencia atómica mundial. René Alleau recibió el encargo de la difusión en Francia de los documentos relativos a la aplicación pacífica de la energía nuclear. Los dieciséis volúmenes que contienen los resultados experimentales obtenidos por los sabios de todos los países constituían la más importante publicación de la historia de las ciencias y de la técnica. Cinco mil indus­trias, a las que, a corto o largo plazo, debía interesar la energía nuclear, recibieron una carta anunciando aque­lla publicación. Hubo veinticinco respuestas.
Sin duda habrá que esperar a que las nuevas genera­ciones alcancen los puestos de responsabilidad para que la inteligencia francesa vuelva a encontrar una ver­dadera agilidad. Para estas generaciones escribimos este libro. Si realmente existiera la atracción del porvenir, también existiría la del pasado; se iría en busca del bien en los dos sentidos del tiempo y con igual anhelo.

No sabemos nada o casi nada del pasado. Muchos tesoros duermen en las bibliotecas. Preferimos imagi­nar, nosotros que decimos «amar al hombre», una his­toria discontinua del conocimiento y de centenares de miles de años de ignorancia para unos cuantos lustros de saber. La idea de que ha habido, de pronto, un «siglo dé las luces», idea que hemos aceptado con desconcer­tante ingenuidad, ha sumido en la oscuridad el resto de los tiempos. Una mirada nueva sobre los libros antiguos cambiaría todo esto. Nos sentiríamos trastorna­dos por las riquezas contenidas en aquéllos. Y aún ha­bría que pensar, según decía Atterbury, contemporá­neo de Newton, «que hay más obras antiguas perdidas que conservadas».
Nuestro amigo René Alleau, a la vez técnico e his­toriador, ha querido lanzar esta nueva mirada. Ha es­bozado un método y ha obtenido algunos resultados. Pero, hasta hoy, no parece haber logrado el mayor apo­yo para proseguir una tarea que rebasa las posibilidades de un hombre solo. En diciembre de 1955, ante los In­genieros del Automóvil, reunidos bajo la presidencia de Jean Henri Labourdette, pronunció, a petición mía, una conferencia de la que ofrezco aquí los puntos esen­ciales:
« ¿Qué queda de los millares de manuscritos de la biblioteca de Alejandría fundada por Tolomeo Soter, documentos irreemplazables y perdidos para siempre sobre la ciencia antigua? ¿Dónde están las cenizas de las 200.000 obras de la biblioteca de Pérgamo? ¿Qué ha sido de las colecciones de Pisístrato, en Atenas, y de la biblioteca del Templo de Jerusalén, y de la de Phtah, en Menfis? ¿Qué tesoros contenían los millares de libros que fueron quemados el año 213 antes de Jesucristo, por orden del emperador Cheu-Hoang-Ti, con fines únicamente políticos? En estas circunstancias, nos ha­llamos delante de las obras antiguas como ante las rui­nas de un templo inmenso del que restan solamente al­gunas piedras. Pero el examen atento de estas piedras y de estas inscripciones nos deja entrever verdades dema­siado profundas para atribuirlas a la sola intuición de los antiguos.
«Ante todo, y contrariamente a lo que se cree, los métodos del racionalismo no fueron inventados por Descartes. Consultemos los textos: "El que busca la verdad —escribe Descartes— debe, mientras pueda, dudar de todo." Es una frase muy conocida y que pare­ce muy nueva. Pero, si tomamos el libro segundo de la metafísica de Aristóteles, leemos: "El que quiera ins­truirse debe primeramente saber dudar, pues la duda del espíritu conduce a la manifestación de la verdad." Por lo demás, se puede comprobar que Descartes, no sólo tomó de Aristóteles esta frase fundamental, sino también la mayor parte de las famosas reglas para la di­rección del espíritu y que constituyen la base del méto­do experimental. Esto demuestra, en todo caso, que Descartes había leído a Aristóteles, cosa de la que se abstienen demasiado a menudo los cartesianos moder­nos. Éstos podrían también comprobar que alguien es­cribió: "Si me equivoco, deduzco que soy, pues el que no es no puede equivocarse, y, precisamente porque me equivoco, siento que soy." Desgraciadamente, esto no es de Descartes, sino de san Agustín.
»En cuanto al escepticismo necesario al observa­dor, no se puede realmente llevarlo más lejos que Demócrito, el cual sólo consideraba valedero el experi­mento que hubiese presenciado personalmente y cuyo resultado hubiese autentificado mediante la impresión de su anillo.
»Esto me parece muy alejado de la ingenuidad que se reprocha a los antiguos. Cierto, me diréis, que los filósofos de la Antigüedad estaban dotados de un genio superior en el dominio del conocimiento, pero, en fin, ¿qué sabían de verdad en el plano científico?
«Contrariamente también a lo que se puede leer en las obras actuales de divulgación, las teorías atómicas no fueron inventadas ni formuladas en primer lugar por Demócrito, Leucipo y Epicuro. En efecto, Sextus Empiricus nos dice que el propio Demócrito las había recibido por tradición y que provenían de Moscus el Fenicio, el cual, punto importante a tener en cuenta, pa­rece haber afirmado que el átomo era divisible.
«Notadlo bien, la teoría más antigua es también más exacta que las de Demócrito y los atomistas grie­gos, que sostenían la indivisibilidad del átomo. En este caso preciso, parece que se trata más de un oscureci­miento de conocimientos arcaicos que llegaron a ser in­comprensibles que de descubrimientos originales. ¿Y cómo no admiramos en el campo cosmológico, ha­bida cuenta de la ausencia de telescopios, al comprobar que a menudo los datos astronómicos más antiguos son los más exactos? Por ejemplo, en lo que atañe a la Vía Láctea, estaba constituida, según Tales y Anaxímenes, por estrellas, cada una de las cuales era un mundo com­puesto de un sol y varios planetas, y que estaba situado en un espacio inmenso. Lucrecio conocía la uniformi­dad de la caída de los cuerpos en el vacío y el concepto de un espacio infinito lleno de infinidad de mundos. Pitágoras, antes de Newton, había enseñado la ley inversa del cuadrado de las distancias. Plutarco, queriendo explicar el peso, busca su origen en una atracción recí­proca entre todos los cuerpos y que es causa de que la Tierra haga gravitar hacia ella todos los cuerpos terres­tres, de la misma manera que el Sol y la Luna hacen gra­vitar hacia su centro todas las partes que les pertenecen, reteniéndolas por una fuerza de atracción en su esfera particular.
»Galileo y Newton confesaron expresamente lo que debían a la ciencia antigua. De la misma manera, Copérnico, en el prefacio de sus obras dedicadas al papa Paulo III, escribe textualmente que ha concebido la idea del movimiento de la Tierra leyendo a los anti­guos. Por lo demás, la confesión de estos plagios en nada mengua la gloria de Copérnico, de Newton y de Galileo, que pertenecían a esta raza de espíritus supe­riores cuyo desinterés y generosidad prescinden abso­lutamente del amor propio de autor y de la originalidad a toda costa, que son otros tantos prejuicios modernos.
Mucho más humilde y verdadera nos parece la actitud de la modista de María Antonieta Mademoiselle Bertin, quien, remozando con mano hábil un viejo som­brero, exclamó: "No hay nada nuevo, salvo lo que se ha olvidado."

»La historia de los inventos, como la de las ciencias, bastaría para demostrar la verdad de esta humorada. "Puede decirse de la mayoría de los descubrimientos —escribe Fournier— lo mismo que de aquella ocasión fugaz que los antiguos convirtieron en la diosa inalcan­zable para cuantos la dejaban escapar la primera vez. Si, de primer intento, no se agarra al vuelo la idea que pone sobre la pista, la palabra que puede llevar a la solución del problema, el hecho significativo, he aquí un invento perdido o al menos demorado por muchas generacio­nes. Para que retorne triunfal, es preciso que se pro­duzca el azar de una nueva idea que resucite a la primi­tiva de su olvido, o bien el plagio feliz de algún inventor de segunda mano; en lo tocante a los inventos, desgraciado el primero que llega, y gloria y provecho al segundo."

Estas consideraciones justifican el título de mi conferencia.

»En efecto, pensé que debía de ser posible remplazar en gran parte la casualidad por el determinismo, y los riesgos de los mecanismos espontáneos de la invención por las garantías de una vasta documentación histórica apoyada en comprobaciones experimentales. A tal obje­to, propuse la creación de un servicio especializado no en la busca de la prioridad de las patentes, que en todo caso se detiene en el siglo XVM, sino sencillamente en el estudio tecnológico de los procedimientos antiguos, y que procuraría adaptarlos cuanto fuera posible a las ne­cesidades de la industria contemporánea.
»Si en tiempos pasados hubiese existido un servicio como éste, habría podido señalar, por ejemplo, el inte­rés de un librito publicado en 1618, que pasó inadvertido y que se titula “Historia natural de la fuente que arde cerca de Crenoble”. Su autor fue un médico de Tournon, Jean Tardin. Si se hubiese estudiado este documento, habría podido utilizarse el gas del alumbrado desde principios del siglo XVII. En efecto, Jean Tardin, no sólo estudió el gasómetro natural de la fuente, sino que re­produjo en su laboratorio los fenómenos observados. Introdujo hulla en un recipiente cerrado, sometió ésta a una elevada temperatura y consiguió que se produjeran las llamas cuyo origen buscaba. Explica claramente que la materia de este fuego es el betún y que basta con re­ducirlo a gas para que dé una "exhalación inflamable". Ahora bien, hasta el año VII de la República, no regis­tró el francés Lebon, antes que el inglés Windsor, su "termolámpara". Y así, durante casi dos siglos, quedó olvidado, luego, prácticamente perdido, por falta de lectura de los textos antiguos, un descubrimiento cuyas consecuencias industriales y comerciales habrían si­do considerables.
»De igual manera, casi cien años antes de las prime­ras señales ópticas de Claude Chappe, en 1794, una car­ta de Fenelon, fechada el 26 de noviembre de 1695, y dirigida a Jean Sobieski, secretario del rey de Polonia, menciona recientes experimentos, no sólo de telegrafía óptica, sino de telefonía por portavoz.
»En 1636, un autor desconocido, Schwenter, estu­dia ya, en sus Recreaciones fisicomatemáticas, el princi­pio del telégrafo eléctrico y cómo, según sus propios términos, "dos individuos pueden comunicar entre sí por medio de la aguja imantada". Pues bien, los experi­mentos de Oersted sobre las desviaciones de la aguja imantada datan de 1819. También esta vez habían transcurrido casi dos siglos de olvido.
«Citaré rápidamente algunos inventos poco cono­cidos: la campana de buzo se encuentra en un manus­crito de Romance d'Alexandre, del Gabinete Real de Estampas, de Berlín; la obra está fechada en 1320. Un manuscrito del poema alemán Salman und Morolf, es­crito en 1190 (biblioteca de Stuttgart), mostraba el di­bujo de un buque submarino; se conserva la inscrip­ción: el sumergible era de cuero y podía resistir los temporales. Hallándose un día el inventor rodeado de galeras y a punto de ser capturado, hundió la embarca­ción y vivió catorce días en el fondo del agua, respiran­do por medio de un tubo flotante. En una obra escrita por el caballero Ludwig von Hartenstein, alrededor de 1510, se puede ver el dibujo de un traje de buzo; a la al­tura de los ojos, aparecen dos aberturas obturadas por cristales. En el casco, un largo tubo terminado con una espita permite el acceso del aire exterior. A derecha e izquierda del dibujo figuran los accesorios indispensa­bles para el descenso y la ascensión, a saber: suelas de plomo, y una pértiga con escalones.
»Veamos otro ejemplo de olvido: un escritor des­conocido, nacido en 1729 en Montebourg, cerca de Coutances, publicó una obra titulada Giphantie, ana­grama de la primera parte del nombre del autor, Tiphaigne de la Roche. Se describe en ella no sólo la foto­grafía de las imágenes, sino también la de los colores: "La impresión de las imágenes —escribe el autor— es cuestión del primer momento en que la tela las recibe. Ésta se saca inmediatamente y se coloca en un lugar os­curo. Una hora después, el baño se ha secado y ya te­néis un cuadro tanto más precioso cuanto que ningún arte puede imitar mejor la verdad." El autor añade: "Primeramente estudiaremos la naturaleza del cuerpo viscoso que intercepta y guarda los rayos; en segundo lugar las dificultades de su preparación y empleo, y en tercero, el juego de la luz y de esta materia desecada." Ahora bien, es sabido que el descubrimiento de Daguerre fue anunciado a la Academia de Ciencias por Araígo, un siglo más tarde, el 7 de enero de 1839. Señalemos, además, que las propiedades de ciertos cuerpos metálicos capaces de fijar las imágenes están consigna­das en un tratado de Fabricius: De rebus metallicis, apa­recido en 1566.
»Otro ejemplo: la vacuna, descrita desde tiempo in­memorial en uno de los Vedas, el Sactaya Grantham. Este texto fue citado por Moreau de Jonet el 16 de octubre de 1826, en la Academia de Ciencias, en su Me­moria sobre la viruela: "Untad con el fluido de las pús­tulas la punta de una lanceta, introducidla en el brazo mezclando el fluido con la sangre, y se producirá fie­bre; entonces esta enfermedad será muy leve y no ins­pirará ningún temor." Sigue la descripción exacta de todos los síntomas.
» ¿Y los anestésicos? Se habría podido consultar a este respecto una obra de Denis Papin, escrita en 1681 y titulada: Le traite des opérations sans douleur, o resuci­tar los antiguos experimentos de los chinos con el ex­tracto de cáñamo índico, o incluso utilizar el vino de mandrágora, muy conocido en la Edad Media, comple­tamente olvidado en el siglo XVN, y cuyos efectos es­tudió el doctor Auriol, médico de Toulouse en 1823. Nadie ha soñado siquiera en verificar los resultados obtenidos.
» ¿Y la penicilina? En este caso, podemos citar ante todo un conocimiento empírico, a saber, las compresas de queso de Roquefort, empleadas en la Edad Media; pero podemos observar a este respecto algo todavía más singular. Ernst Duchesne, alumno de la Escuela de Sanidad militar de Lyon, presentó el 17 de diciembre de 1897 una tesis titulada: “Contribución al estudio de la oposición vital entre los microorganismos: antagonismo entre el moho y los microbios”. En esta obra se registran experimentos que ponen de manifiesto la acción delpenicillum glaucum sobre las bacterias. Pues bien, esta te­sis pasó inadvertida. Insisto en este ejemplo de olvido evidente en una época muy próxima a la nuestra, en pleno florecimiento de la bacteriología.
» ¿Se quieren más ejemplos? Son innumerables y habría que dedicar una conferencia a cada uno. Citaré como más destacado el del oxígeno, cuyos efectos fue­ron estudiados en el siglo XV por un alquimista llamado Eck de Sulsback, como observó Chevreul en el Journal des Savants, de octubre de 1849; por lo demás, Teofrasto decía ya que la llama era alimentada por un cuerpo aeriforme, opinión que era también mantenida por san Clemente de Alejandría.
»No citaré ninguna de las anticipaciones extraordi­narias de Roger Bacon, Cyrano de Bergerac y otros, pues es demasiado fácil atribuirlas sólo a la imagina­ción. Prefiero mantenerme en el terreno sólido de los hechos comprobables. A propósito del automóvil (y excusándome por insistir en un tema que muchos de vosotros conocéis mejor que yo), señalaré, que en el si­glo XVII, un tal Jean Hautch, de Nuremberg, construyó "carruajes con resorte". En 1645, se ensayó un vehículo de esta clase en el recinto del Temple, y tengo entendi­do que la sociedad comercial fundada para explotar el invento no pudo llegar a actuar. Tal vez se le presenta­ron obstáculos comparables a los que tuvo que sufrir la primera "Sociedad de Transportes Parisienses", cuya iniciativa, recuerdo, se debió a Pascal, quien la hizo pa­trocinar por el nombre y la fortuna de un amigo suyo, el duque de Roanué.
»Incluso en descubrimientos más importantes, des­conocemos la influencia de los datos proporcionados por los antiguos. Cristóbal Colón confesó sinceramen­te todo lo que debía a los sabios, a los filósofos y a los poetas de la Antigüedad. Se ignora generalmente que Colón copió dos veces el coro del segundo acto de Medea, tragedia de Séneca, en la que el autor hablaba de un mundo cuyo descubrimiento estaba reservado a los siglos futuros. Se puede consultar esta copia en el manus­crito de Las profecías, que se encuentra en la biblioteca de Sevilla. Colón recordó también, y a menudo, la afir­mación de Aristóteles en su tratado De Cáelo a propó­sito de la esfericidad de la Tierra.
» ¿ Acaso no tenía razón Joubert al observar que nada hace a los espíritus tan imprudentes y tan vanos como la ignorancia del tiempo pasado y el desprecio de los libros antiguos? Según escribía admirablemente Rivarol, todo Estado es un barco misterioso anclado en el cielo, se podría decir, a propósito del tiempo, que el barco del porvenir está anclado en el cielo del pasado. Sólo el olvido nos amenaza con los peores naufragios.
»Éste parece alcanzar sus límites con la historia in­creíble, si no fuese verdadera, de las minas de Califor­nia. En junio de 1848, Marshall descubrió por primera vez pepitas de oro en la orilla de un curso de agua junto al cual vigilaba la construcción de un molino. Ahora bien, Hernán Cortés había pasado antes por allí, bus­cando, en California, a los mexicanos que se decían de­tentadores de tesoros considerables; Cortés revolvió el país, hurgó en todas las chozas, sin pensar siquiera en coger un poco de arena; durante tres siglos, las bandas españolas y las misiones de la Compañía de Jesús piso­tearon las arenas auríferas, buscando siempre más lejos su Eldorado. Sin embargo, en 1737, más de cien años antes del descubrimiento de Marshall, los lectores de la Gaceta de Holanda habrían podido saber que las minas de oro y de plata de Sonora, eran explotables, pues su periódico daba su situación exacta. Es más, en 1767, se podía comprar en París un libro titulado “Histoire naturelle et chile de la Californie”, donde el autor, Buriell, describía las minas de oro y citaba el testimonio de los navegantes sobre las pepitas. Nadie prestó atención a aquel artículo, ni a esta obra, ni a estos hechos que, un siglo más tarde, provocaron la "carrera del oro". Pero, ¿hay alguien que aún lea los relatos de los antiguos via­jeros árabes? Sin embargo, se encontrarían en ellos in­dicaciones precisas para la prospección minera.
»El olvido, en realidad, lo abarca todo. Largas in­vestigaciones, comprobaciones precisas, me han dado la convicción de que Europa y Francia poseen tesoros que no explotan en absoluto: a saber, los documentos antiguos de nuestras grandes bibliotecas. Ahora bien, toda técnica industrial debe elaborarse partiendo de tres dimensiones: la experiencia, la ciencia y la Historia. Eliminar o despreciar esta última es dar prueba de or­gullo y de ingenuidad. Es también preferir el riesgo de encontrar lo que aún no existe o intentar adaptar razo­nablemente lo que es a lo que se desea obtener. Antes de lanzarse a costosas inversiones el industrial debe es­tar en posesión de todos los elementos tecnológicos del problema. Está claro que no basta en absoluto la sola investigación de la anterioridad de las patentes para po­ner a punto una técnica en un momento dado de la His­toria. En efecto, las industrias son mucho más antiguas que las ciencias; deben estar, pues, perfectamente infor­madas de la historia de sus procedimientos, de los que a menudo están menos enteradas de lo que imaginan.
»Los antiguos, con técnicas muy simples, obtenían resultados que podemos reproducir, pero que, a menu­do, nos costaría mucho trabajo explicar, a pesar del gran arsenal teórico de que disponemos. Esta sencillez era el don por excelencia de la ciencia antigua.
»Sí, me diréis, pero, ¿y la energía nuclear? Respon­deré a esta objeción con una cita que debería hacernos reflexionar un poco. En un libro muy raro, casi desco­nocido incluso para muchos especialistas, aparecido hace más de ochenta años y titulado Les Atlantes, un autor que se ocultó prudentemente tras el seudónimo de Roisel expuso los resultados de cincuenta y seis años de investigaciones y trabajos sobre la ciencia antigua.
Pues bien, al exponer los conocimientos científicos que atribuye a los atlantes, Roisel escribe estas líneas ex­traordinarias en su época: “Consecuencia de esta activi­dad incesante fue, en efecto, la aparición de la materia, de este otro equilibrio cuya ruptura determinaría igual­mente poderosos fenómenos cósmicos. Si por una causa desconocida se desintegrase nuestro sistema solar, sus átomos constituyentes, convertidos inmediatamente en activos por la independencia, brillarían en el espacio con una luz inefable, que anunciaría a lo lejos una vasta destrucción y la esperanza de un mundo nuevo”. Me pa­rece que este último ejemplo basta para hacer com­prender toda la profundidad de la frase de Mademoise He Bertin: No hay nada nuevo salvo lo que se ha olvidado.

»Veamos ahora qué interés práctico tiene para la industria un sondeo sistemático del pasado. Cuando proclamo que hay que prestar el más vivo interés a los trabajos antiguos, no se trata en absoluto de realizar una labor de erudición. Sólo es preciso, en función de un problema concreto planteado por la industria, re­buscar en los documentos científicos y técnicos anti­guos, si existen o bien hechos significativos desatendi­dos, o bien procedimientos olvidados, pero dignos de interés y que tengan relación directa con la cuestión planteada.
»Las materias plásticas, cuya invención nos parece tan reciente, podrían haber sido descubiertas mucho antes si alguien se hubiese preocupado de reanudar ciertos experimentos del químico Berzelius.
»En lo que atañe a la metalurgia, señalaré un hecho bastante importante. Al principio de mis investigacio­nes sobre ciertos procedimientos químicos de los anti­guos, me había sorprendido bastante no poder repro­ducir en el laboratorio experimentos metalúrgicos que, no obstante, creía que estaban descritos con mucha claridad. En vano trataba de comprender las razones del fracaso, pues había observado las indicaciones y las proporciones dadas. Al reflexionar, advertí que, a pesar de todo, había cometido un error. Había utilizado fun­dentes químicamente puros, mientras que los antiguos se servían de fundentes impuros, es decir, de sales obte­nidas a base de productos naturales y capaces, por con­siguiente, de provocar acciones catalíticas. Y, en efecto, la experiencia confirmó este punto de vista. Los espe­cialistas comprenderán cuán importantes perspectivas abren estas observaciones. Podrían realizarse grandes economías de combustible de energía adaptando a la metalurgia ciertos procedimientos antiguos que, casi todos, se apoyan en la acción de catalizadores. Sobre este punto, mis experimentos han sido confirmados tanto por los trabajos del doctor Ménétrier sobre la ac­ción catalítica de los oligoelementos, como por la in­vestigación del alemán Mittash sobre las catálisis en la química de los antiguos. Por vías distintas, se han obte­nido resultados convergentes. Esta convergencia pare­ce demostrar que ha llegado el tiempo, en tecnología, de tener en cuenta la importancia fundamental de la no­ción de cualidad y de su papel en la producción de to­dos los fenómenos cuantitativos observables.
»Los antiguos conocían procedimientos metalúrgi­cos que parecen olvidados, por ejemplo, el temple del cobre en ciertos baños orgánicos. Así obtenían instru­mentos extraordinariamente duros y penetrantes. No eran menos hábiles en fundir este metal, incluso en el estado de óxido. Sólo voy a dar un ejemplo. Un amigo mío, especialista en prospección minera, se encontraba al noroeste de Agadés, en pleno Sahara. Allí descubrió minerales de cobre que presentaban señales de fusión y fondos de crisol que aún contenían metal. Ahora bien, no se trataba de un sulfuro, sino de un óxido, es decir, un cuerpo que, para la industria actual, plantea problemas de reducción imposibles de resolver con una sim­ple fogata de nómada.
»En el campo de las aleaciones, uno de los más im­portantes de la industria actual, existen muchos hechos significativos que no escaparon a los antiguos. No sola­mente conocían los medios de producir directamente, partiendo de minerales complejos, aleaciones de pro­piedades singulares, procedimientos a los que diré de paso que la industria soviética dedica actualmente un vivo interés, sino que, además, utilizaban aleaciones es­peciales, como el eléctrum, que jamás hemos sentido la curiosidad de estudiar en serio, aunque conozcamos las fórmulas de fabricación.
»Apenas insistiré en las perspectivas del campo mé­dico y farmacéutico, casi inexplorado y abierto a tantas investigaciones. Señalaré únicamente la importancia del tratamiento de las quemaduras, cuestión tanto más gra­ve cuanto que los accidentes de automóvil y de aviación la plantean prácticamente a cada minuto. Sin embar­go, la Edad Media, devastada sin cesar por los incendios, descubrió los mejores remedios contra las quemaduras, habiendo sido completamente, olvidadas sus recetas. A este respecto, conviene saber que ciertos productos de la antigua farmacopea, no solamente calmaban los do­lores, sino que permitían evitar las cicatrices y regene­rar las células.
»En cuanto a los colorantes y barnices, sería superfluo recordar la alta calidad de los materiales elaborados según los procedimientos de los antiguos. Los colores admirables utilizados por los pintores de la Edad Media no se han perdido como se cree generalmente; conozco al menos un manuscrito en Francia que da su composi­ción. Nadie ha soñado jamás en adaptar y comprobar estos procedimientos. Sin embargo, los pintores moder­nos, si vivieran dentro de un siglo, no reconocerían sus telas, porque los colores utilizados actualmente no van a durar mucho. Según parece, los intensos amarillos de Van Gogh han perdido ya la extraordinaria luminosidad que los caracterizaba.
» ¿Se trata de minas? Indicaré a este respecto un es­trecho enlace entre la investigación médica y la pros­pección minera. Las aplicaciones terapéuticas de las plantas, lo que hoy se llama fitoterapia, tiene, en efecto, relación con una ciencia nueva, la biogeoquímica. Esta disciplina tiene por objeto descubrir las anomalías po­sitivas referentes a las huellas de metales en las plantas y que indican la proximidad de yacimientos minera­les. De este modo se pueden determinar las afinidades particulares dé ciertas plantas con respecto a ciertos metales, y estos datos pueden utilizarse tanto para la prospección minera como en el campo de la acción te­rapéutica. Aquí tenemos otro ejemplo característico de un hecho que me parece el más importante de la histo­ria actual de la técnica, a saber, la convergencia de las diversas disciplinas científicas, lo que implica la necesi­dad de constantes síntesis.
» Citemos aún algunas otras direcciones de las inves­tigaciones y aplicaciones industriales: los abonos, enor­me campo en el que los químicos antiguos lograron re­sultados generalmente ignorados. Pienso especialmente en lo que llamaban "la esencia de fecundidad", producto compuesto de ciertas sales mezcladas con estiércol coci­do o destilado.
»La cristalería antigua, extensa materia todavía mal conocida; los romanos utilizaban ya pisos de vidrio: el es­tudio de los antiguos procedimientos de los vidrieros po­dría aportar una ayuda preciosa a la solución de proble­mas ultramodernos, como por ejemplo la dispersión de tierras raras y paladio en el vidrio, lo cual permitiría obte­ner tubos fluorescentes de luz negra.
»En cuanto a la industria textil, a despecho del triunfo de los plásticos, o más bien por razón de este mismo triunfo, debería orientarse hacia la producción, para el comercio de lujo, de tejidos de gran calidad, que podrían teñirse por ejemplo según las normas antiguas, o incluso intentar la fabricación de aquella tela singular conocida con el nombre depilema. Se trataba de tejidos de lino o de lana tratados con ciertos ácidos y que resis­tían por igual al tajo del hierro y a la acción del fuego. Diré de paso que los galos conocían este procedimien­to, que utilizaban para la fabricación de corazas.
»La ebanistería, dado el precio aún muy elevado de los revestimientos de plástico, podría encontrar solu­ciones ventajosas adoptando procedimientos antiguos que aumentaban considerablemente, por medio de una especie de baño, la resistencia de la madera a los diver­sos agentes físicos y químicos. A las empresas de obras públicas podría interesarles reanudar el estudio de ce­mentos especiales cuyas fórmulas constan en tratados de los siglos xv y xvi y que presentan cualidades muy superiores a las del cemento moderno.
»La industria soviética ha utilizado recientemente, en la fabricación de útiles cortantes, una cerámica mu­cho más dura que los metales. Este endurecimiento po­dría estudiarse también a la luz de los antiguos procedi­mientos de temple.

»En fin, sin querer insistir en este problema, indica­ré una orientación de las investigaciones físicas que po­dría tener importantes consecuencias. Me refiero a tra­bajos concernientes a la energía magnética terrestre. Hay en este sentido observaciones muy antiguas que jamás han sido seriamente comprobadas, a pesar de su interés indiscutible.
«Trátese, en fin, de experiencias del pasado o de po­sibilidades del porvenir, creo que el realismo profundo nos enseña a apartarnos del presente. Esta afirmación puede parecer paradójica, pero basta reflexionar un poco para comprender que el presente no es más que un punto de contacto entre la línea del pasado y la del porvenir. Firmemente apoyados en la experiencia atá­vica, debemos mirar ante nosotros más que a nuestros pies y no prestar atención exagerada al breve intervalo de desequilibrio durante el cual cruzamos el espacio y el tiempo. El movimiento de la marcha nos lo demues­tra, y la lucidez de nuestra mirada debe mantener siem­pre equilibrada la balanza de lo que ha sido y lo que tiene que ser.»

Louis Pauwels– Jaques Bergier
"El Retorno de los Brujos"

[1] Walter Dornberger, L'Arme secrete de Peenemünde, Ar thaud, París.
[2] Millikan, El electrón.
[3] Technique Mondiale, París, abril, 1957.

[4] Edwin Armstrong, «The Inventor as Hero», artículo del Harper's Magazine.
[5] Frazer, Le Ramean d'Or.

viernes, 20 de febrero de 2009