viernes, 7 de noviembre de 2008

DROGAS PSICOACTIVAS; FÁRMACOS DE DISEÑO por Alexander Shulgín


"Nuestro Universo entero
está contenido en la mente
y en el espíritu.
Podemos elegir no tener acceso a él,
podemos incluso negar su existencia,
pero está dentro de nosotros
y hay sustancias químicas
que pueden catalizar
su disponibilidad."

Cada nuevo compuesto producido por el químico es un vislumbre en el universo de lo inaudito. En el momento previo de su concepción no se podría encontrar ningún indicio de él en parte alguna del universo.
Todo lo que es creado por primera vez en mi laboratorio es al mismo tiempo nuevo en el universo, y por eso, nadie puede decirme cuáles van a ser sus propiedades. Hay emoción en la creación de cosas nuevas. Hay millones y millones de compuestos conocidos ya descritos en la literatura científica y que constituyen nuestro legado químico. El último siglo es más el siglo de la creación que el del descubrimiento de nuevos compuestos.

¿Cuál es el motivo para diseñar nuevas sustancias químicas?
Hay tres, que a mi entender, son obvios: sustraerse a las leyes sobre fármacos, sustraerse a las demandas de patentes y el desarrollo de herramientas de investigación.
Y cada uno de estos motivos muestra al investigador, al científico y al inventor en un papel distinto y bien definido.
El esfuerzo por eludir la letra de la ley ha dado lugar a la expresión "fármaco de diseño". En Estados Unidos se usa sólo en sentido negativo, y el cuidadoso medio la asocia inmediatamente a una finalidad negativa.
Del quimico que participa en su fabricación se sospecha que intenta eludir las disposiciones legales existentes sobre fármacos. Se dá por sentado que está implicado en algún comportamiento inaceptable, y las autoridades intentan frenar su actividad y castigarlo. Los propios fármacos se consideran negativos, concebidos con el único fin de atraer al drogadicto, al marginado social, a la escoria de la sociedad.

La segunda razón para diseñar nuevas sustancias químicas es diametralmente opuesta. Es un canto a todos los atributos aceptables de nuestra filosofía occidental capitalista. La justificación sería la siguiente: nuestros competidores ganan una fortuna con la venta de uno de los productos más solicitados del año. Para una compañía farmacéutica, puede tratarse de algún antidepresivo; para una empresa agrícola, de un pesticida especialmente eficaz y selectivo; para una compañía de tabaco, de un aditivo que hace que fumar sea más agradable o menos dañino. Por supuesto que cada uno de estos productos estará protegido por una patente blindada.

El modo de romper este monopolio es encargarle al químico que se meta en el laboratorio y diseñe una molécula nueva que esquive la letra de la ley que protege la patente. La sociedad responde a este modo de sortear la legislación de forma completamente positiva.
Este comportamiento será elogiado siempre por entender que es de absoluta integridad.

¿Y qué ocurre con los propios fármacos?
Se aceptarán sin problemas y serán considerados de gran valor social, puesto que contribuye a mejorar la calidad de vida.
Sin embargo, no hay que olvidar que, aunque las razones que justifiquen estas dos filosofías tan dispares del diseño de fármacos sean diametralmente opuestas, los fines son los mismos. El motivo es esquivar la ley. Y ganar dinero con ello.
La única diferencia consiste en la aprobación o desaprobación social. En ambos casos los procedimientos son idénticos.
La tercera razón para diseñar nuevos fármacos contiene elementos de los dos ejemplos anteriores: la modificación de cosas conocidas para hacer otras desconocidas, pero además tiene un propósito particular: el diseño de instrumentos de investigación.
En este caso, pueden crearse sustancias químicas para el uso de los investigadores. Y una de las áreas más atractivas que quedan por explorar, que ha cautivado la imaginación de muchos científicos, es el estudio de la mente humana.
Las herramientas a las que me refiero podrían responder a preguntas sobre todo un conjunto de capacidades específicamente humanas: el pensamiento lógico, la autoestima (o su ausencia), la motivación (o su ausencia), la alegría, la euforia, la desesperación o la esquizofrenia.
Algunos de estos inventos pueden hacer que una molécula actúe de un modo similar a una droga ilegal, con lo que las autoridades considerarán que viola las leyes vigentes. Otros pueden producir productos terapéuticos de gran provecho comercial, y entonces la sociedad intentará recompensar a su creador. Sin embargo, estos fármacos diseñados para explorar la mente no actuarán como las drogas ni serán comercialmente explorables. Serán sencillamente eso: herramientas de investigación, interesantes sólo en el hombre.
Y éste es mi trabajo, en esta tercera área del diseño de fármacos; un trabajo que he descubierto que es increiblemente atractivo. Me gustaría descubrir una pequeña parte de este peculiar mundo de herramientas. Usaré el vocabulario de un fabricante de herramientas. El diseñador de una nueva herramienta, un nuevo compuesto, un posible fármaco, se parece mucho a un artista.
Tiene un lienzo en blanco ante sí. Tiene una paleta con pinturas, toda la serie de sustancias químicas, solventes, catalizadores, y reactivos. En sus manos están la técnica y el talento para crear. En el caso del artista, se trata de pintar; en el caso del químico, de sintetizar. Y siempre se tiene una imagen intuitiva del cuadro final. Hay un objetivo. Quisiera ilustrar todo esto con un ejemplo.

Se trata del caso de un fármaco de investigación llamado N,N-diisopropil-triptamina, o DIPT. En cuanto a las consideraciones de diseño iniciales, tenía una idea bastante clara de lo que quería crear. He producido mis creaciones más satisfactorias usando uno de estos tipos de lienzos: el núcleo de la fenetilamina o el de la triptamina.

En esta ocación, sabía que tenía que utilizar triptamina, pero ¿cómo embellecerla?
La experiencia me habia enseñado que rellenando mucho el nitrógeno básico conseguía un compuesto con actividad oral.
¿Debía colocar un grupo en el anillo aromático? No. Nada de complicaciones. Mejor un producto simple, y podría ser un producto simple e instructivo.
Debo pedir perdón por mezclar las metáforas del artista y el químico, pero mucho de los conceptos de la creación de una pintura o de un compuesto son idénticos.

Sigamos con la imagen mental. ¿Qué tipo de vegetación química pongo en la parte derecha del lienzo, sobre ese nitrógeno básico? ¿Qué tal un par de grupos de isopropil? Nunca se han usado en este caso concreto y tienen una atractiva y entrelazada naturaleza tridimensional. Una hermosa forma de dar volúmen. En cuanto el concepto, el diseño está perfilado, es el momento de poner el óleo en el lienzo. En esta etapa del proceso puede ser dificil o sencilla, pero siempre promete ser instructiva si todo va mal. Es entonces cuando pueden aprenderse cosas nuevas e inesperadas sobre química.
No obstante, en este caso particular no hubo sorpresas. Resumiré el procedimiento en la cerrada jerga del mundo de la química diciendo que convertí el indol (con cloruro oxálico y diisopropilamina) en glioxamida, que reduje con LAH para producir DIPT. La sal de hidrocloruro era un fino sólido blanco.

De modo que, una vea diseñado un posible fármaco, de haberle dado luz, por decirlo de algún modo, el siguiente paso era salir a su encuentro y conocerlo.
Contemplar esos finos cristales blancos es, de algún modo, como mirar a un niño recién nacido. Ambos, tanto el compuesto como el niño, son totalmente desconocidos. Cierto, conozco la estructura del compuesto y sus propiedades físicas obvias, pero en modo alguno conozco "realmente" el compuesto. Su estructura es sólo una de muchas pinceladas que he usado en ese proceso de creación. Tengo que empezar a obrar sobre mi creación utilizando una mezcla mágica de cautela, curiosidad y entusiasmo. Aprenderé de ella, y ella aprenderá de mi.

Se trata de un auténtico progreso mutuo. Con el tiempo llegaré a descubrir sus propiedades inherentes, su naturaleza única; pero nunca dejo de ser conciente de que algunas de las propiedades que observo son obras mía.

Por medio de esta interacción mutua llegaremos a familiarizarnos el uno con el otro. La primera pista de la naturaleza de esta amistad entre DIPT y yo se produjo cuando me di cuenta de que estaba escuchando la grabación de The Young Person´s Guide to the Orquestra en la radio de mi estudio. Sonaba espantosamente. Poco antes habia ingerido unos 18 miligramos de DIPT y, en ese momento, tuve el primer indicio de cómo podría llegar a ser una herramienta provechosa algún día. Podría ser muy útil para aprender cómo interpretamos los sonidos.

Sabía que no era posible que a un conjunto sinfónico tan malo se le permitiera grabar esa pequeña joya de Benjamín Britten. Empecé a prestar atención a lo que sucedía dentro de mí, y no fuera. Faltaban ciclos en el sonido que percibía, y el resultado era que experimentaba un descenso del tono aparente. Las diferentes notas sufrían diversas distorsiones. No se parecía a lo que sucede cuando se pone el dedo sobre el planto del tocadiscos y se frena su velocidad. No había distorsión en la sensación del paso del tiempo, sino una compleja distorsión de los acordes, y el resultado era espantoso.

Este tipo de distorsión tan específica proporciona la promesa de una herramienta que puede ser útil para investigar la interacción entre el sonido físico real y el modo en que lo percibimos; estas dos realidades, lo que efectivamente entra en el oído y lo que pensamos que ha entrado, pueden ser muy diferentes.
Un estudio reciente ha establecido que DIPT está básicamente esociado al proceso auditivo. A dos personas con oído absoluto, es decir, con la capacidad de distinguir todas las tonalidades, se les administró una dosis de DIPT. La precisión que tenían antes de ingerir el fármaco desapareció mientras éste actuaba en su organismo. De este modo, ha podido elaborarse una curva temporal objetiva de sus efectos y se ha confirmado esta propiedad única del fármaco.

Nos encontramos con una espléndida herramienta potencial para explorar y comenzar a comprender una de las funciones complejas de la mente humana. Quizá sea posible por medio de los neurotransmisores a los que sustituye o con los que interfiere. ¿Cuál será su acción en una persona sin oído musical? ¿ Y sus efectos sobre un esquizofrénico que oye constantemente la voz de Dios?

Lo más emocionante de cualquier descubrimiento así es que esta herramienta quizá puede convertirse en un prototipo de otra. Y aquí surge toda una batería de preguntas. ¿Qué se espera de un nuevo fármaco o una nueva herramienta? ¿Cómo se diseñará? ¿Cómo puede averiguarse lo que se tiene? Y una vez averiguado, ¿qué nueva herramienta se quiere crear a continuación? Esta serie de preguntas puede repetirse cuantas veces se desee. A lo mejor no se llega a ningún sitio la siguiente vez que se hagan; pero a lo mejor sí, con lo que el resultado podría ser una herramienta que algún día podría utilizarse para explorar un poco más el milagro de la mente humana.
Y ésta es la auténtica magia que se encuentra tras la expresión "fármacos de diseño".


Dr. Alexander Shulgín
Químico Farmacéutico, promotor de drogas psicoactivas.

*Artículo extraído de la revista española "Cáñamo"
http://www.canamo.net/
(se los recomiendo....)